jueves, 20 de mayo de 2010

No te encadenes más

Dime, niña, dime qué hacer.
Cuando las palabras no alcanzan,
y te veo tan mal,
yo no sé cómo actuar.


Me dices que soy especial
y detestas tu identidad.
Pero, ¿cómo te hago comprender
que no soy yo la singular?


Suelta a tu ángel rebelde,
aquél que te hace sentir mal;
ese que atenta contra tu estima
y no te deja progresar.


¡Suéltalo, suéltalo ya!
Dale libertad a tus alas
y comienza a volar.
¡Descubre tu potencial!


Eres una persona única
y una amiga leal.
Hoy quiero darte las gracias
por tu aceptación incondicional.


Con esta mera poesía,
espero hacerte llegar
un abrazo, un te quiero
y un mensaje primordial.


No prives al mundo de tu sonrisa,
ni de tu cálida personalidad.
No te encierres en vos misma;
cautiva de la soledad.


¡Arriba ese ánimo!
¡Comienza a brillar!
Hoy puede ser un hermoso día;
¡no lo dejes pasar!

domingo, 16 de mayo de 2010

Nocturna

Cerré mis ojos, y soñé.

En mi ilusión estabas a mi lado.

Sentados los dos en el banco de una plaza, rodeados del colorido paisaje que dibujaba esa tarde otoñal, contemplábamos el ocaso. Cada uno, inmerso en sus propios pensamientos, disfrutaba de la compañía del otro.

Estabamos juntos; felices.

En un momento, tu cuerpo se volteó hacia el mío, y me miraste. Como siempre, ví mi rostro reflejado en tus ojos –mi cielo, mi mar; dos luceros que me mantenían prisionero.

Noté que una brisa suave mecía tus oscuros cabellos.

Noté también que sonreías; esa irresistible y cálida sonrisa que yo tanto amaba. Ví tus labios moverse, articulando unas dulces palabras que hoy me duele recordar, y ví cómo tu cara se iluminaba de felicidad al compartirlas conmigo.

En mi fantasía, yo también sonreía y estiraba mis manos para intentar abrazarte.

Pero entonces, el ruido de la sirena me sobresaltó, e instintivamente abrí mis ojos.

El telón se levantó. Y la realidad hizo su aparición.

Yo seguía sentado en el piso, apoyado contra la pared del cuarto, con tu carta en mi mano derecha, ya empapada de lágrimas.

Oscuro; estaba muy oscuro. Aún así, las luces de la ciudad que se filtraban por la ventana dejaban ver la escena con claridad.

Levanté mi vista con gran pesar, y vi rojo: en las paredes, en el suelo. Rojo. Seguí recorriendo cada rincón de la habitación con mi mirada, hasta que te encontré. Inmóvil, tu cuerpo yacía a pocos metros de mí.

Y entonces hice algo que no debí haber hecho. Gateando, me acerqué a tí y te volteé hacia mí. Te estreché entre mis brazos y, como en mi ensueño, te miré. Quise ver, una vez más, mi rostro reflejado en mi cielo, pero no pude. Tus ojos estaban cerrados. Busqué tu sonrisa, y tampoco la encontré. Tu cuerpo entero estaba teñido en granate.

Náuseas. Me daba náuseas contemplar ese escenario.

Sentí unos golpes fuertes.

¡PUM! ¡PUM! ¡PUM!

Hasta que alguien derribó la puerta.

Entonces, sentí pasos apresurados, decididos; pasos que se acercaban cada vez más hasta donde estábamos.

Un oficial me tomó por los brazos y me apartó de tu lado.

Varios policías y personas con rostros que no podía reconocer ni identificar se acercaron a tí. En su semblante podía notar una mezcla de rencor, preocupación e interrogación.

-¡No!

¡Yo no quería que te tocaran! Pero mi represor no me dejaba moverme, y me alejaba cada vez más del lugar.

Todavía sigo sin poder comprender qué fue lo que ocurrió esa noche. Lo único que sé con seguridad es que ese funesto día perdí mi mar, mi luz, mi todo. Y nunca más lo volví a ver...