jueves, 20 de agosto de 2009

Sin palabras

Son días como hoy los que me hacen dar cuenta de lo corta e impredecible que es la vida.
Me acabo de enterar de que falleció el encargado del edificio en el que vivo. No es que haya sido de repente, puesto que tenía cáncer y hace rato que no trabajaba. Se podría decir que en cierta forma la enfermedad lo fue consumiendo poco a poco, pero aún así no deja de ser extraño... Siempre que nos enfrentamos a la muerte de una u otra forma es extraño. Y más en casos como éste, puesto que era una persona que conocía de toda la vida.
No voy a escribir mucho más, porque igualmente no era una persona allegada a mí. Pero nomás voy a decir que espero que pueda encontrar la paz y que ya no sufra. Son tan tristes estas enfermedades...
Lo siento mucho por la hija y la esposa, puesto que son las que más van a sentir su pérdida.
Yo pienso que quien sufre más es el que vive... Morir es fácil, lo difícil es vivir. Y más aún, vivir con dolor.

viernes, 7 de agosto de 2009

Un encuentro especial

Sentada frente al mar, la niña contemplaba el ocaso.
Tan inmersa estaba en sus pensamientos, que no sintió cuando él se acercó y se sentó a su lado. Sólo notó su presencia, cuando comenzó a hablar:

"Dime niña: si yo te dijera que soy un mago y que te concedería cualquier deseo, ¿qué me pedirías?", de repente, el mago le preguntó.

Al principio se sobresaltó. Lo miró y lo analizó: sus vestimentas eran algo extrañas. Recordaba haberlo visto un par de veces por la ciudad, pero eso no quitaba el hecho de que él era un extraño para ella. Sin embargo, no tenía la sensación de que fuera una mala persona. No podía explicar por qué, pero no creía que fuera a hacerle daño. Y decidió confiar con él...
Un poco insegura, pero con una sonrisa traviesa, la pequeña replicó: "¿Sólo uno? Pediría que me concedieras muchos deseos más".

"No, no. No trates de hacer trampa, ni de ser ambiciosa. Piénsalo bien, un solo deseo", contestó el otro.

"Mmm ¡Pero es una pregunta muy difícil! Tendría que ser algo demasiado especial. Muchas cosas son las que quiero, como para poder elegir solamente una".

"Estoy seguro de que no debe ser así. A ver, ¿cosas como qué quisieras?".

"Por ejemplo, mucho dinero para comprarme cosas".

"El dinero va y viene. Es fruto del esfuerzo individual y también del azar, y debes saber que no todo puedes comprar con él. Dime otra cosa".

"Mmm... Entonces, te pediría alas para poder volar por los cielos como aquella gaviota. Así podría volar y conocer muchos lugares lejanos".

"Aunque no sea por tu fuerza propia, puedes volar en un avión. ¿En serio le pedirías eso a un mago poderoso como yo? Vamos, debe haber algo más especial aún".

"Eso lo dices tú, porque eres un mago y tienes el poder para hacer lo que quieras. No creo que sea lo mismo que volar por tí mismo, y sentir cómo el viento acaricia tu rostro".

"No puedo tener todo lo que yo quiero", contestó el otro, pensativo. Y tratando de guiar a su interlocutora prosiguió: "Es cierto que puedo volar, pero no hay demasiada diferencia en realidad. Tienes un solo deseo, no lo desperdicies en algo así. Piensa... Piensa en algo más profundo...".

"¿Algo más profundo, dices? ¿Algo como qué?"

Un poco tímido, él le respondió: "Por ejemplo, piensa en tus sentimientos. Llevo un tiempo observándote. Te he cruzado más de una vez, y no he visto que te relaciones con muchas personas. Y si lo haces, aunque sonrías o parezca que se conocen de toda la vida, no se por qué tengo la sensación de que no te llena, por así decir. Pareciera ser algo superficial o temporario, aunque no lo sea. Y noto que luego terminas quedándote sola, aquí sentada, contemplando el mar con una mirada perdida"

Dubitativa, le dijo: "Quizás sea porque trato de no involucrarme demasiado"

"¿A qué te refieres?".

"Trato de no encariñarme demasiado con las personas. Siempre que pueda controlarlo, lo voy a hacer".

"¿Y eso por qué? Si querer y ser querido es lo más hermoso de la vida".

"No, no lo es. Cuando quieres a alguien, sufres. Sufres cuando esa persona no te quiere como tú la quieres; sufres por tratar de que te quiera; y sufres si tuviste la dicha de quererla y tener su cariño, pero la pierdes por alguna razón. Dolor y amor van de la mano. Y yo no quiero sufrir. Si tuviera que pedir algo... ¡Eso es! Quiero poder perder aquello que hace que sienta dolor". Y dudando un poco, afirmó: "Quiero no tener corazón".

Abrumado por semejante respuesta, él respondió: "¿En verdad pedirías no tener corazón? Yo podría concedértelo, pero no me atrevería a quitarte una de las cosas que te hacen ser humana. La más importante... E incluso si perdieras eso, te quedaría el dolor físico. Estás pensando sólo en la parte negativa de la cuestión. Es cierto que puedes sufrir, pero eso se compensa con lo que obtienes a cambio: la alegría de compartir cosas con tus seres queridos aunque sólo sea en un instante de tu vida. Cosas que luego pasarán a ser recuerdos; recuerdos que atesorará la memoria. Y la memoria escribe y describe tu propia historia, tu propia existencia; es la prueba de que vives y en el futuro será la prueba de que has vivido; es algo que te acompañará por siempre".

"Entonces, quiero que me des el don del olvido. La habilidad para borrar de la memoria los recuerdos dolorosos y feos".

"Es cierto que bien podría hacerlo, pero nada obtendrías a cambio, aunque tu pienses lo contrario. Puede ser triste, pero es en esos momentos, cuando el ser humano más aprende. Los errores y las pérdidas dejan grandes enseñanzas".

"Pero podría aprender de los demás", protestó la pequeña.

"No, no lo harías. Tienes que vivirlo. De otra forma, no lo valorarías lo suficiente como para comprenderlo y tomarlo como algo digno de aprender. Es más, incluso cuando lo vives hay ocasiones en que vuelves una y otra vez a cometer los mismos errores. Es el mayor defecto del ser humano".

"¡Ya sé que quiero entonces! Si dices que debo vivir todo, concédeme el poder de retroceder el tiempo. Así podré cambiar o evitar aquello que salió mal".

"¿No crees que sería muy egoísta que tú fueras la única con la posibilidad de resetear su vida como en un videojuego?"

Un poco apenada y en un tono débil, replicó: "¿Y si lo pidiera para todos?"

Con un suspiro, el mago le dijo: "Incluso si así fuera, dudo que absolutamente todas las personas coincidieran en sus deseos. ¿No crees? Se produciría un caos tal, que eventualmente llevaría a un desquilibrio en el mundo."

Y ambos callaron...

Luego de un largo rato de permanecer en silencio, la pequeña retomó la palabra: "Qué complicado que eres. ¡Y qué injusto! Me dijiste que te pidiera un deseo y no sólo terminaste rechazando lo que te contesté, sino que además terminaste desanimándome. Ya no sé qué quiero. Hubiera sido más fácil que me dijeras desde un principio qué querías que te respondiera exactamente".

El mago le respondió: "Pero en ese caso, no te hubiera dado la posibilidad de elegir. Te hubiese hecho un regalo, que quizás no hubieras sabido aceptar, ni atesorar. Además, quería comprenderte un poco más".

"¿Y? ¿Me entiendes ahora, entonces?"

"Sólo un poco. Me has dicho que soy complicado, pero la mente humana es más complicada todavía".

La pequeña empezó a reírse.
El sol finalmente se ocultó y ambos se vieron inmersos por la noche, iluminados por la luz de la luna.
Él se levantó y le dijo: "Ya es hora de que me vaya"

La niña se quedó mirándolo fijamente, y le dijo: "Pero... ¿Y mi deseo?"

"Pensé que habías dicho que no sabías qué querías", contestó sorprendido.

"Pero no podría desaprovechar la oportunidad..."

El mago empezó a reirse fuertemente, y le preguntó: "¿Qué quieres, entonces?"

"Quiero que me regales algo. Ya no un deseo, sino algo especial. Quiero que tú elijas algo para mí. Para que no temas, te hago la promesa de que lo voy a atesorar. Y siempre voy a recordarlo, porque tú me lo obsequiaste. Y porque pensaste en mí al elegirlo".

Satisfecho con esa respuesta, el mago le dijo: "Veo que has aprendido algo a partir de lo que te he dicho. Voy a regalarte algo entonces, pequeña: Yo no puedo protegerte y nadie puede evitar que sufras. Pero no tengas miedo, porque "el tiempo cura todas las heridas". Tú dedicate a vivir, que vale la pena. Cuando caigas, vuelve a levantarte. Siempre mira hacia adelante y recuerda que nada es eterno. Hoy puedes estar llorando, pero mañana podrás estar riendo. Yo no puedo protegerte en tu vida, nadie puede hacerlo niña. Pero sí te prometo que voy a protegerte en tus sueños. Y ahí nunca sufrirás. Ese será mi regalo".

Y habiendo dicho eso, se dio vuelta y empezó a alejarse de ella.
Sorprendida, se inclinó hacia adelante y estiró su mano derecha para alcanzarlo.
Debía evitar que se fuera.
Pero cuando intentó hablarle, alguien susurró su nombre.
Y se detuvo.
Ese instante bastó para que todo se desvaneciera.
Entonces, la voz de su madre le gritó: ¡Arriba remolona, que ya son las 10!