martes, 8 de junio de 2010

El misterio de las lágrimas

Esa noche fue a su habitación, apagó la luz, se recostó sobre la cama, se tapó con las frazadas hasta cubrir su rostro, le dio play al mp3, y sólo entonces empezó a llorar. Las lágrimas florecieron de su alma sin control. No entendía bien por qué, pero sentía una angustia profunda en el pecho que la asfixiaba, que no podía soportar.

En la oscuridad de su cuarto lloró cómo hacia rato no lloraba; con un ritmo irregular, tratando de reprimir sus sollozos para que él no la escuchara.

No quería que él la escuchara. No quería que se preocupara por ella cuando la viera en ese estado de aflicción, ni que le preguntara qué le pasaba. Porque, ¿qué iba a responderle? Si ni ella misma sabía lo que le ocurría.

Lloraba por nada; lloraba por todo. O tal vez, en esos instantes, esa nada era más que su todo.

Lo cierto es que no podía parar las lágrimas que corrían por sus mejillas.

Es curioso cómo a veces no existen palabras que puedan explicar lo que a uno le sucede. Simplemente le pasa. Siente, sin poder describir qué.

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